miércoles, 6 de enero de 2016

La chica pájaro, de Paula Bombara. O cuando los golpes no impiden el vuelo.

Mario Méndez—
Paula Bombara
Para comenzar el 2016, año que se presenta movido, unoytres77 propone la lectura de una novela brillante. Publicada en la colección Zona Libre, que la editorial Norma dedica a lectores juveniles, esta novela (como todas las buenas novelas) no acepta ningún corsé de edades. Está aquí para que la lean, y la disfruten, lectores preadolescentes, adolescentes y adultos. Está para todos. Como, esperamos, lo sea esta reseña con entrevista, ya toda una especialidad de nuestro unoytres77.

Llegué a la lectura de la novela con mucho entusiasmo: muy buenos lectores me la habían recomendado previamente. Llegué, también, sabiendo que la historia abordaba un conflicto muy actual: el de la violencia de género, el de la violencia familiar. Sabía, entonces, que la chica pájaro del título era una joven que hacía acrobacias en tela (la tapa, una foto bella, lo preanuncia, además) y que era una chica golpeada. No sabía por quién, o quiénes.
Imaginaba, por eso de las hipótesis previas de los lectores, que por su padre. Con ese bagaje previo empecé a leer. Me encontré con una escena de apertura “muy arriba”: Mara, la chica pájaro, entra a una plaza a la carrera, escapando de un tipo violento. Trepa a un árbol, y allí se queda, escondida entre el follaje. Luego de ese inicio, y por cincuenta páginas, la novela se demora en volver al conflicto que es su eje. Nos presenta a dos protagonistas que, en principio, obran como testigos: Leonor, una vieja solitaria que hace yoga en la plaza, y Darío, un muchachito que trabaja en una obra en construcción, y come en un banco cerca del árbol donde se ha escondido Mara. Hasta la página 50, entonces, sucede poco. Todo es presentación, una presentación morosa, muy bien escrita, de esas que invitan a una lectura lenta, paladeada. Luego, estalla el conflicto, brutal, como los piedrazos que recibe la protagonista. Mi primera pregunta para Paula Bombara, esta joven escritora tan reconocida que tengo el placer de contar entre mis amigas, es qué la decidió a este comienzo tan lento, tan tranquilo.
–Paula: En realidad no fue una decisión tomada desde lo racional. No se dio así la escritura de esta historia. Fue un proceso muy marcado por la danza/el ritmo y la respiración. Un “ir detrás de” permanente para mí: no dejé de pensar en Mara ni un momento durante todo el proceso. Me dejé tomar completamente por esta joven. De muchos modos, fui esta joven durante todos los meses que me llevó escribir la novela. Luego de esa carrera/huida, que no es necesariamente el inicio de la historia pero sí el momento en que asomamos a ella, en ese nuevo “hábitat” que mi protagonista construye para sobrevivir, se presentan días de una calma que la mantienen en un alerta pero que también le permiten pensar que un cambio de vida es posible. Ella viene de un pasado muy agitado, necesita unos días de calma para pensar qué hacer; y la encuentra en el anonimato que esa plaza le regala y en esas dos personas aún desconocidas que la miran de un modo nuevo pues nada saben ni de ella ni de su familia. Es un modo de mirar que no tiene una carga ni de lástima ni de violencia, sino de ternura, en un caso, y de enamoramiento, en el otro.
La segunda pregunta, también enmarcada dentro de las primeras páginas de inicio, tiene que ver con Leonor y con Darío. ¿Cómo surgieron estos personajes, tan queribles, que ofician de contracara en la durísima vida de Mara?
–Paula: Como sabés, soy una persona naturalmente optimista. De verdad creo que existen encuentros, conversaciones casuales, lecturas, viajes, que te cambian la perspectiva de la vida y te ayudan a tomar decisiones difíciles. En una plaza confluyen muchas soledades todos los días. Y entiendo la soledad como un estado buscado para estar en contacto con quien uno es, no necesariamente un estado melancólico o permanente. Darío elige almorzar ahí para pensar en cosas más allá de su trabajo. Leonor elige hacer yoga al aire libre. En la plaza también se encuentran grupos de amigos, se refuerzan vínculos familiares. Es un espacio urbano donde se dan ciertos encuentros que no suceden en otros puntos de las ciudades. Estos tres personajes tienen pendientes que resolver. Los tres. Y encuentran, en los otros dos, ciertos caminos para pensar modos de seguir. No solo Mara cambia su vida (aunque mi foco estuvo en ella), también Darío y, sobre todo, Leonor, cambian las suyas.  Seguro tendrán sus aspectos no tan amorosos, no tan cándidos. Pero todo lo vemos desde Mara y, en su escala, estas dos “personas” son pura bondad. No quise abandonar el foco de Mara ni aún cuando ella no aparece en la escena. Es la historia de Mara, narrada desde lo que Mara puede sentir en el estado particular en el que se encuentra.
Como es lógico, me toca preguntar ahora por Mara. ¿Está inspirada en alguna historia cercana, o llegaste a ella por la necesidad de escribir sobre la violencia de género, si es que fue esta una necesidad?
–Paula: Más que una necesidad fue un impulso que no pude ni quise frenar. Quizás por vivir una infancia marcada por la violencia de la dictadura, por las secuelas que pude ver en el cuerpo de mi madre causadas por los torturadores las semanas que estuvo desaparecida, por las consecuencias psicológicas que dejaron esos hechos en ambas, desde muy chica fui muy sensible a los infinitos modos que toma la violencia. En la adolescencia sufrí, quizás con más conciencia que mis amigas, o con más temor, lo que casi todas sufrimos; y siempre me asqueó esa sensación de culpabilidad que se echa sobre la mujer sólo por ser mujer. Durante años leí artículos de psicología, de arte, crónicas periodísticas, ficciones, sobre el tema de la violencia contra las mujeres y los niños. El impulso sobrevino cuando fui testigo de un hecho de violencia en la calle en presencia de mis hijos y no pude reaccionar. Me sentí tan impotente y avergonzada de que mis hijos vieran que su madre no podía articular palabra para separar a esa pareja que se estaba golpeando delante de nosotros que, antes de que pudiera reaccionar, ya estaba metida en la historia de Mara hasta la médula. Y cuando me pregunté si estaba dispuesta en ir hasta donde Mara me llevara, me dije que sí. Me parece que el personaje tomó forma a partir de la cantidad de lecturas y testimonios que llevaba dentro más todo lo que  investigué para poder contarla tal como la sentía latir. 
Luego del estallido que aparece en la página 50, la novela invita, o más que invita, empuja, a una lectura mucho más voraz: el lector, al menos eso me pasó a mí, quiere saber qué pasó con Mara, con su historia previa. Y sobre todo quiere saber lo que vendrá después, lo que le sucederá, porque esta chica está amenazada, como también lo está su madre, una mujer apocada, rota (así lo define la narradora, con acierto), de la que su hija se siente responsable. En este crecimiento de violencia y amenazas, Paula se atreve a ponernos frente a la violencia más explícita: un padre golpeador, un padrastro golpeador, un muchacho golpeador. Así leído, de golpe, puede parecer excesivo, y sin embargo en ningún momento la novela nos invita a la desconfianza, o a la sensación de inverosimilitud. Nada parece demasiado: ni los golpes del padre, ni los del padrastro, ni los de Maxi, el novio que no es novio, o que lo fue a la fuerza. ¿Cómo te sentiste con esto, Paula? ¿En algún momento pensaste que era demasiado?
–Paula: No. En ningún momento pensé que era demasiado porque era la historia de Mara y era así. Charlamos de esto largamente con mi editora, Laura Leibiker. Pero las historias de vida son como son y para mí, cuando presenté el texto en la editorial, Mara ya no era sólo un personaje sino una persona de mi mundo, de mi modo de leer y vivir la realidad. Cambiar o moderar las circunstancias de su vida era, de algún modo, traicionar su confianza. Laura comprendió muy rápido por dónde venía la emocionalidad de la novela y me animó a más. La forma poética que encontré tiene que ver con esa apuesta por retratar especialmente lo emocional, lo que Mara no encuentra cómo decirse pero puede percibir.
La novela cuenta la historia de Mara, pero también, sutilmente, la de su madre. ¿Te documentaste para retratar a esa mujer que elige mal una vez y otra, que es víctima y que, siendo víctima, en algún momento es cómplice?
–Paula: Sí. Más allá de todo el bagage que traía y que comenté más arriba, para componer a la mamá de Mara no solo leí y miré testimonios sino que me decidí a no juzgarla, a escribirla sin anteponer prejuicios ni ninguna clase de “deber ser”. Para mí ser madre es la tarea más compleja, desafiante e incierta que me tocó vivir. Y yo elegí con gran convicción tener a mis dos hijos. No sé si mi personaje eligió tener a sus hijos, tampoco sé cómo fue su relación con su propia madre, con su padre. Sé que en algún punto está pidiendo a sus hijos que se salven, los ayuda como puede. Y sé que ella quiere salvarse también. Pero está rota. Lo que se rompe, aunque se repare, ya nunca existirá sin daño. Hace lo que puede.
Luego del final de la historia, que está a medias cerrada, que nos deja abiertos muchos interrogantes y también, a pesar de la solución provisoria de la historia de Mara, deja abierta la herida de la historia de su madre, hay una serie de agradecimientos y una nota que llama mucho la atención. Autora y editorial se permiten un quiebre con la ficción y convocan a que si algún lector o alguna lectora se ha encontrado en esta historia, pueda llamar al 137, número de atención a casos de violencia familiar. Sé que dudaste mucho al respecto, Paula. ¿Por qué? Hoy, tras varios meses de la publicación, ¿qué pensás al respecto?
–Paula: Esa nota puesta al pie de los agradecimientos surgió también de un impulso. Lo decidí un par de meses antes de que la novela entrara a imprenta, un día que amanecí y me encontré con que habían matado a otra chica más. En el verano de 2014/2015 hubo una secuencia de femicidios que, de algún modo, por lo cotidiano, se informaban casi con naturalidad. Y, como te dije, para mí Mara ya era persona de mi mundo, no solo personaje. No pensé en rupturas con el mundo ficcional, ni en que quizás cerraba modos de leer la novela. No pensé. Tuve esa idea: tender un puente. Llamé a Laura, le dije que quería agregar un teléfono y me dijo que hiciera lo que quisiera, que ella me apoyaba. Más tarde, con la novela ya en imprenta, aparecieron las primeras dudas pues ahí sí pensé en que, de algún modo, había roto un pacto con el lector pues, aunque está por fuera de la novela, con ese cartel había intervenido la ficción con realidad. Con la aparición de #Niunamenos como colectivo social me dije que ya había un canal de ayuda y planteé en la editorial sacar el número de teléfono. Nuevamente Laura me dijo que era mi decisión. Pero luego me enteré de que una lectora había usado el teléfono porque lo encontró en la novela. Mis dudas siguieron hasta que me di cuenta de que todo el proceso de escritura surgió de un impulso y esa intervención final surgió de otro. Intervine la realidad con ficción y luego, la ficción con realidad. Y lo cierto es que vivo cada día, respiro, actúo, soy libre, ahí donde mi cotidiano se deja intervenir por lo que imagino y los mundos que hago latir se dejan modificar por lo que trae la vida cotidiana. Yo, como escritora, no puedo separarme de quien soy como persona. Escribir forma parte de mi identidad. Vivo en una realidad intervenida todo el tiempo por el arte y mis historias están atravesadas por la realidad que me toca vivir. Me cuesta mucho poner límites. Percibo los hechos, reales y ficcionales, como experiencias estéticas compatibles que se suceden sin conflicto. Puede que esto sea leído como una limitación. Quizás lo sea. Quizás sea simplemente otro modo de ser, como tantos que existen. En algún momento ser así me permitió sobrevivir. Hoy decidí dejar el libro tal como los impulsos demarcaron. Es la particularidad de esta novela y es la marca que trae “de nacimiento”. Su latir, su respirar, su violencia, su poesía, sus errores y sus aciertos, todo lo que la escritura de esta historia me hizo pensar y crecer se deben a que me dejé llevar por ciertas urgencias únicas e irrepetibles.
Por mi parte, solo decir una vez más que he disfrutado mucho de la escritura bella de Paula, y de esta su última novela, tan dura y tan valiente. Queda, si se me permite el lugar común, calurosamente recomendada. Y antes de despedirlos, queridos lectores, quisiera que sea la autora la que nos despida, con una última reflexión sobre su chica pájaro.
–Paula: Hacia fin de año un gran amigo, el escritor Leo Oyola, me contó que, a propósito de este libro, en un colegio de González Catán, le dijeron que lamentablemente las chicas pájaro existen y son muchas, pero que hay algo bueno y es que están aprendiendo a volar. Es una emoción muy grande crear una historia que se clava en la realidad de otro ser humano y le hace sangrar una pregunta. Las preguntas son el comienzo de las transformaciones. Cuando me entero que sucedió con algo que yo escribí siempre pienso lo mismo: para la próxima tengo que ir más allá todavía. Ojalá me encuentren las palabras. Ojalá me encuentren los silencios. Yo no voy a dejar de buscar.

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