Mauricio Epsztejn—
“Cuando no recordamos lo que nos pasa,
nos puede suceder la misma cosa.
Son esas mismas cosas que nos marginan,
nos matan la memoria, nos queman las ideas,
nos quitan las palabras... oh...
Si la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia:
la verdadera historia,
quien quiera oír que oiga.”
Juan Carlos Baglieto
Por estas pampas,
los meses de mayo, junio y julio suelen ser particularmente pródigos a la hora
de distribuir fechas para la evocación de gestas patrias, se refieran a las fundacionales
o a períodos más cercanos. En este sentido, los festejos y la alegría son un
recurso que le permite a la memoria histórica eludir la solemnidad de quienes creen
que lo importante se reduce a recordar el día de la muerte, en lugar de indagar
sobre el valor de nuestras raíces, a cuáles se debe ayudar a crecer y a cuáles sólo
conservar como muestra de dañinas.
En ese sentido
tampoco es casual el creciente interés de la población en general y de los
jóvenes en particular, por indagar en nuestra historia. Eso ha llevado a que
sectores antes alejados de esta temática, cuestionen a la considerada historia
oficial, defendida por los poderes tradicionales, con el acompañamiento de
académicos conservadores que usan trapos viejos para sacarle brillo.
Este fenómeno que
se venía incubando desde fines del siglo pasado, eclosionó a partir de 2001 por
la necesidad de desentrañar sus causas profundas, las que condujeron al
desastre.